viernes, 20 de septiembre de 2013

ARMAS PAL PUEBLO

Se me fue a Londres de emigrante una novia (una pelirroja preciosa, no resultó menor la pérdida ¿eh?). Varios de mis mejores amigos están en el paro y sin perspectiva alguna de empleo. Uno de mis colegas ha vendido el coche, otro está pensándose muy seriamente volver a casa de mamá. No me extraña que los catalanes quieran irse. Este país llamado España es un basural infecto. Mientras, la progresía feliz sestea o se entretiene señalando con el dedito a Obama por planear una guerra en Siria. Vivimos en una especie de letargo posvacacional que se prolonga y se prolonga. Entran unos facistas en una librería catalana a hostia limpia (como en los tiempos de los guerrilleros de Cristo Rey), se les detiene un ratito, se les pone en libertad y en seguida dan una rueda de prensa diciendo que cuidadín porque repetirán e, incluso, lanzan voces a favor de la acción directa. Propone la extrema derecha una acción directa que tendría que plantear cierta izquierda pasmada, esa izquierda que juega al guá en el patio de recreo de los centros okupados donde crecen los pepinos muy ricos, a la revolución por la huerta urbana y las constelaciones. Me cuentan que en el PSOE (a la burocracia incrustada en el  PSOE, en concreto) no les gusta Madina ni Patxi López y que prefieren a Emiliano García-Page, la viva estampa de una mediocridad gris marengo, puro búnker generacional de los que hicieron la Santa Transición y no quieren soltar la poltrona ni a tiro limpio. Ah, y también me comentan que, según los sabios del PSOE (esa burocracia antes mencionada), el voto no hay que buscarlo en la gran masa de desempleados sino en la clase media que todavía tiene para salir en chándal los domingos por San Chinarro. Ele mi niño. La socialdemocracia entendida como cálculo demoscópico de trilero. Es el paro, estúpidos. Ese es el gran tema, ese es el argumento de esta historia, ese es el terreno en el que hay que pelear. Si el PSOE no entiende eso es que está muerto. Y de IU ni les cuento: suenan aburridos hasta cuando cuentan chistes. Puto país de mierda. Hoy no me he levantado muy optimista ¿verdad? ¿Para cuándo nuestro Ejército Simbiótico de Liberación? ¿Para cuándo nuestros black panthers? ¿Cuándo el miedo cambiará (verdaderamente) de bando? Las aguas están quietas. Todo puede variar, no obstante. España es dada a las insurrecciones instantáneas, de un día para otro. Claro que (véase el 15M) también de un día para otro abandonamos la lucha y nos vamos de cañas. Ronca España. Mendigamos casinos, pelean los médicos, los maestros, los estafados por los bancos, los desahuciados. Pero ¿y esa gran marea que una a todos los excluídos? Yo creo que, al final, el papa Francisco será quien llame a la revolución que viene. Estoy dispuesto a sumarme a ella enarbolando el Sagrado Corazón de Jesús que cuelga en la pared de mi casa. Armas pal pueblo. Si no es mucha molestia.

jueves, 25 de julio de 2013

ANTE LA DUDA, HAGAMOS PERIODISMO

Lo admito. El tono de mi tuit fue grosero e inadecuado (y sintáctica u ortográficamente discutible): "Lo malo de no tener ni puta idea qué decir es que Fernando Berlín señala que hay imágenes que no deben mostrarse. No viene a cuento, tío". Pero es que me irrita la cantinela que se repite a cada ocasion que una tragedia, masacre terrorista o catástrofe nos toca de cerca. Fernando Berlín sostiene que mostrar los cadáveres del accidente de tren de Galicia es "puro morbo". Sus seguidores en twitter insisten una y otra vez en defenderle arremetiendo contra mi criterio (el periodismo es el relato de la realidad, por cruda que esta sea) mediante un argumento repetido: ¿y si fuera un familiar tuyo el fallecido en ese tren? Pues no creo que hallase consuelo en que el cadáver de mi familiar no apareciese en una fotografía o una imagen de televisión. En todo caso, el límite es el sentido común y un mínimo de moralidad, cosas ambas que (me da la impresión) la mayor parte de los medios están aplicando hasta ahora. No se trata de mostrar las vísceras al detalle pero tampoco de ocultar la brutalidad del suceso. Tal vez haya quien opine que el modelo es el 11S, en el cual los cadáveres desaparecieron del ojo público. La realidad entendida como una Disneylandia sin sangre. Y, sin embargo, las tragedias no se aminoran lo más mínimo mediante la ocultación y la obligación del periodista es aproximarse a la exacta dimensión del suceso que se narra. Y un accidente de tren tiene su exacta dimensión en las víctimas. Acercanos a ellas resulta doloroso pero ineludible. Aunque, evidentemente, todo se puede hacer bien o mal y habrá medios o periodistas que caigan en lo soez, lo rastrero o lo vulgar. Son los riesgos de la prensa libre.
Entono también el mea culpa porque en otro tuit lanzado en la vorágine de la polémica incurrí en aquello que ridiculiza la famosa ley de Godwin: "A medida que una discusión se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno". Sí, yo mencioné el nazismo al preguntarme si, aplicando la misma lógica argumental de quienes pretenden censurar las imágenes del accidente de tren, hubiéramos difundido o no las terribles imágenes de Auschwitz. Vale. No mencionemos Auschwitz. Hablemos de la guerra de Secesión estadounidense y sus estremecedoras fotografías, de los Desastres de la guerra que pintó Goya, de la niña desnuda abrasada por el napalm en Vietnam. El ser humano, para entender la hondura de una tragedia, ha de verla. El ser humano es un observador compulsivo y eso no le hace peor.
El objeto de relatar dramas como el del tren accidentado de Galicia es informar y mover a la compasión, sabernos parte de un colectivo capaz de empatizar con la desgracia de quienes no conoce.
Hay una frase que siempre me ha gustado. Suele utilizarse por parte de los veteranos de este oficio cuando quieren zanjar una discusión filosófica sobre cómo ha de tratarse una noticia:
- Ante la duda, hagamos periodismo.
Es eso.
Simplemente eso.

miércoles, 12 de junio de 2013

MANUEL Y LA TEORÍA DEL CAOS

Miércoles, 12 de junio, sala Galileo. Una cita que nadie debiera eludir. Actúa Manuel Cuesta. Y Tontxu y Virginia Labuat y Fran Fernández y un buen puñado de trovadores que resisten al miedo en este Madrid clandestino de noches que se alargan hasta la madrugada. Ellos son el brazo armado de una ciudad que jamás claudica, que reinventa canciones para que no nos alcance la derrota. Manuel Cuesta posee poderes arácnidos que le guían en las tinieblas de estos días extraños. Manuel Cuesta escribe versos eléctricos, se sitúa al borde la catástrofe, es un mariachi que tiene en los dedos humo de Leonard Cohen y a su lado Marty McFly agita Johnny B. Good en hielo de ginebra. Manuel Cuesta siempre está quejándose de las mesas vacías pero no sabe que quienes le oímos sabemos suplir el silencio de tantas voces sordas. Manuel Cuesta es un imprescindible de los tugurios en los que pisamos la cerveza derramada durante toda nuestra adolescencia. Manuel Cuesta sube al escenario y mueve la barba como si a Pablo Guerrero le hubieran aplicado electroshock y hubiera mutado en Damien Rice. ¿A dónde caminan tus sueños? se pregunta. Si lo supiéramos. Manuel Cuesta canta en esdrújulo, cuadrándose en el exceso y entendemos que dice lo que le dicta la sangre y eso nos salva de cualquier melancolía inoperante. Qué más añadir. Manuel Cuesta o la teoría del caos y estas líneas escritas apresuradamente no dan medida de su arte, lo mejor es que vayan y vean lo que es bueno. Miércoles, 12 de junio, sala Galileo, 21 30. Una cita ineludible. Háganme caso.

miércoles, 5 de junio de 2013

CAMAREROS POR EL MUNDO

En España el patriotismo consiste en meterse con los catalanes y el fúlbol. Somos unos patriotas realmente raros porque luego, sin embargo, no nos importa en absoluto que nuestros jóvenes limpien platos por toda Europa. En Londres no cabe un camarero más de origen español así que ya los que se largan a la lluviosa Gran Bretaña están recalando en sombríos villorrios de Gales o Escocia, donde hay pintas que servir y buenas propinas con las que comprar sopa de sobre para este invierno que no termina nunca. Los jóvenes españoles (eso sí, lustrosos y con licenciaturas e incluso costosos masters a las espaldas) viven en los suburbios londinenses como bangladesíes en Lavapiés pero como son muy jóvenes todavía no les escuece el orgullo y ríen la aventura que (confían) contarán a sus nietos. Ah. Sí. La aventura está bien. Yo mismo estuve a punto de ser emigrante y volé a Argentina y engordé diez kilos comiendo en Lalo a altas horas de la madrugada pero no pudo ser, tuve que volverme (sniff) no sin antes haberme reunido muy cerca de San Telmo con un directivo de televisión que me mandó para casa tras conferenciarme a lo largo de tres amenas horas. Aquí mandas un correo electrónico y ni te contestan. No pido yo tres horas cada vez que me rechacen en un trabajo pero ni tanto ni tal calvo.
Volviendo al asunto que nos ocupa, reflexionemos sobre qué queremos ser de mayores. Los alemanes todavía utilizan la expresión "orgulloso como un español" y no entiendo muy bien por qué. Del viejo orgullo poco nos queda y nuestra única aspiración es servir sangría o chucrut, lo mismo nos da. Veo en el periódico que se ha promocionado la Marca España en Bruselas y el ministro de Exteriores se ha llevado para allá a dos que bailan flamenco, unos cuantos diseñadores de moda y, sobre todo, tapitas a todo trapo. Olé. Podría haberse acompañado Margallo de algún escritor o músico, de investigadores de alto nivel o actores de los que trabajan en Francia o Hollywood. Pero no. Ya sabemos que a lo que aspira este país es a colocar a las afueras de cada ciudad una imitación de Las Vegas. Los científicos huyen despavoridos y el I+D+I son los 5 botellines por 3 euros de La Sureña.
No hay nada de malo en ser camarero pero no tengo claro que un país pueda crecer basando su modelo económico exclusivamente en los bares o en exportar al mundo empleados de hostelería. De algo hay que comer, no obstante. Y, sin embargo, yo (tan de izquierdas) tengo mi corazoncito patriota y me gustaría que mi país brillase por otras cosas. Ah, sí, también está la selección de fútbol y Rafa Nadal. Menos da una piedra.
Hubo un tiempo en que España daba al mundo poetas. García Lorca todavía atrae a multitud de lectores internacionales. El manco de Lepanto, no digamos, aunque a Nabokov el Quijote le pareciera espantoso y no entendiera que a alguien le hiciesen gracia las crueldades infligidas a un anciano con claros síntomas de trastorno mental. También tuvimos a Buñuel y a Cajal y a Severo Ochoa. Carlos Saura o Pedro Almodóvar llenaron salas de cine a lo largo y ancho del planeta. No nos podemos quejar del éxito de nuestros empresarios textiles y creo que también somos buenos en alguna otra cosa pero ahora no me acuerdo.
Aún así estos tiempos miserables dan para lo que dan. Y dan, ahora mismo, para que nuestros jóvenes (y no tan jóvenes) hagan la maleta y se larguen a Berlín, Manchester o Lieja y se conviertan en la carne de cañón de la taberna global. Y no por libre elección sino porque, niéguelo González Pons o su porquero, España ha vuelto a ser un país pobre y sin aspiraciones. Y eso duele a un verdadero patriota.


viernes, 31 de mayo de 2013

UN NEGRO SÍ APLAUDIÓ O LA EXTRAÑA SONRISA DE LETIZIA

Tampoco pueden quejarse los Príncipes. En otros tiempos los anarquistas lanzaban bombas a los palcos del Liceo y hoy la cosa se reduce a un simpático abucheo aminorado por los entusiastas aplausos de Xavier Trías, que se queda en seguida con cara de alemán en el Rick's Cafe de Casablanca cuando la parroquia se arranca por La Marsellesa y ahoga el über alles apenas insinuado en cuatro notas borrachas. O sea que tampoco es para tanto, resulta de lo más saludable y que vaya aprendiendo nuestra real pareja porque la gente, en general, está a la que salta y de saque abuchea a todo mandatario que se ponga a tiro.
Lo que recomiendo a Letizia, querida ex compañera de redacción, es que no sonría de ese modo tan raro. Desde que es princesa ha sido incapaz de sonreir con la convicción necesaria y se le ha ido esculpiendo en el rostro un ríctus que delata una especie de incomodidad permanente.
Para consuelo de don Felipe y su señora hemos de reseñar que, a la puerta del Liceo, había un negro aplaudiendo. O sea que no todo fueron desdenes.
Además que en cuanto se les pone un niño enfrente a los príncipes o al propio Rey o a la Reina surgen cosas bonitas. ¿O existe algo más precioso que ese concurso anual (tan destacado siempre en los informativos de televisión) en el que un escolar de corta edad dibuja al Rey navegando, esquiando o cazando y con la bandera de España y la Constitución en la mochila?
Quiero decir que la Monarquía todavía tiene sus defensores: niños pequeños, Ramón Pérez Maura y Lucio, el de los huevos.
Seamos serios, no obstante. ¿Qué significa que a los príncipes se les abuchee en el Liceo de Barcelona? Pues que la III República está a punto de caramelo. Bueno, no tanto. Pero sí que existe un hartazgo incontenible hacia todas las instituciones que sostienen este régimen emanado de los días de la Santa Transición: los dos partidos principales, el Rey, una judicatura fluctuante entre la sumisión a los intereses de la clase dominante y arranques de insurgencia justiciera. En fin.
Aunque también pudiera ser que los abucheadores fueran catalanistas partidarios de la secesión. Con lo que estaríamos en lo mismo dado que la secesión no es sino el hartazgo de un sistema autonómico que tampoco sacia.
Queremos épica, aventura, revolución. Anhelamos algo que nos salve de esta mediocridad que es habernos convertido (de nuevo) en un país anulado, de rodillas ante Bruselas y Berlín, exportando limpiaplatos a todas las regiones de Europa, mendigando por las esquinas.
Queremos ponernos en pie y, sobre todo, despreciamos a una clase dominante que exhibe sus galas frente a los harapos de una  mayoría que vive de la pensión del abuelo y tiene al niño de 38 años comiendo en la cocina a la espera de que le salga una oferta de community manager.
¿No quería Letizia parecerse a Rania de Jordania? Pues ya se parece. Sus ademanes altivos y sus zapatos de tacón provocan el asco de quienes comen pipas en chándal en las barriadas, sin trabajo y sin ganas de ná. Su pueblo ya la aborrece igual que los jordanos escupen al paso de su reina.
O tampoco tanto. No exageremos. Porque, además, no eran mendigos desdentados los que ocupaban los asientos del Liceo desde donde se abucheó. Tal vez lo hicieron por meras ganas de juerga, factor que se suele subestimar a la hora de realizar el análisis concreto de la realidad concreta. Las ganas de cachondeo han prendido la mecha de muchas grandes algaradas y si no, que se lo digan a Danny El Rojo, que básicamente montó el mayo del 68 para follar un poco más.
En todo caso,  relativicemos, reitero, no son bombas, es un abucheo simpático, casi reparador. Y, además, en la puerta había un negro aplaudiendo. Aunque ahora que vuelvo a ver las imágenes resulta que no. Que el negro no aplaude. Sólo mira.
Me temo que el asunto es peor de lo que yo pensaba.

jueves, 30 de mayo de 2013

PAPÁ, NO ME CUENTES OTRA VEZ

El mantra del pacto necesario es el último cartucho que queda a los burócratas de la Santa Transición para mantenerse a salvo. Rubalcaba, a la mínima oportunidad, ofrece pacto, diálogo, consenso, cariño y amor. Pero en la batalla ideológica que se está librando ahora mismo no parece que lo más adecuado sea que la derecha y la presunta izquierda se regalen mimos ante la estupefacta ciudadanía . O sí en caso de que Rubalcaba pretenda liquidar definitivamente su propio partido, en caída libre según las encuestas y atenazado por una tibieza desconcertante cuando más de seis millones de españoles penan en las calderas de Pedro Botero del desempleo. Por si faltaba poco, ahora Felipe González reaparece en escena y se va a La Moncloa a compartir habano con el presidente Rajoy y suenan las trompetas del pacto, el necesario pacto, el sacrosanto pacto que salvará España. La obsesión por el pacto es genuinamente hispánica y genuinamente propia de la Cultura de la Transición. En Gran Bretaña o Francia no se entiende (salvo en caso de enorme excepcionalidad) que derecha e izquierda se unan amorosamente. En Alemania sí, pero es que en Alemania resulta totalmente exagerado denominar izquierda al SPD o a Los Verdes y existe una especie de ideología nacional transversal que consiste en defender con uñas y dientes sus propios intereses como país frente a una Europa doblegada.
El caso es que cada vez que oigo la palabra pacto me dan ganas de echar la mano a la pistola. Porque me suena a puro tocomocho de unos partidos que han perdido definitivamente la conexión con la realidad social. El PSOE, si quiere recuperar a un electorado sumido en la depresión, tendrá que renovarse de verdad y retomar un discurso realmente socialdemócrata. Y quitarse de encima a tanto pactista infiltrado que una y otra vez (en un bucle melancólico) vuelve a la Transición como modelo de perfección. La Transición se hizo (como se pudo), se acabó hace mucho y, desde luego, hoy por hoy no puede servir de referencia para nada.
Decía precisamente Felipe que el poder se ejerce generacionalmente. Así es. Toca a las generaciones que se amontonan ante el tapón de quienes hicieron la Santa Transición apear a sus mayores de la poltrona. Ahí está Madina y Alberto Garzón y otros para dar la batalla. Los cuentos del abuelo se han quedado definitivamente viejos y el lenguaje con el que se habla en el Congreso huele a naftalina.
Así que a ver si, más temprano que tarde, nos toca lanzarnos al asalto al poder. Porque lo de las asambleas en las plazuelas y las bicicletas y los huertos urbanos está muy bien pero, como dijo el tatarabuelo Lenin, "salvo el poder todo es ilusión" y aparte de salir en la tele y quedar para manifestarse en la Puerta del Sol no estaría de más cambiar las cosas de verdad.
Vamos, creo yo.

EL CEMENTERIO DE LOS LIBROS PERDIDOS

Ha vuelto el otoño a Madrid después del invierno y la primavera apenas asoma en las orejas de los gatos o en las abundantes raciones de rabo de toro que se sirven las tabernas de las inmediaciones de la Plaza de Las Ventas. Los madrileños añoran esa devastación seca del calor calcinante contra el que imprecarán dentro de muy poco, cuando el verano convierta la ciudad en una caldera hirviente. Olerá, entonces, a orines y humo de tubo de escape, que es el hedor estival de una urbe poco dada a la higiene como esta. Pero ahora la lluvia lo limpia todo y hasta hace un poco de frío con lo que los puestos de la Cuesta de Moyano están desanimados y tristones. Me acerco a la Cuesta de Moyano y siempre me conduce tal cosa a una melancolía extraña. Hoy más, viendo a los libreros hurgándose los dientes con palillos o hablando de fútbol ante la escasa afluencia de público. Ahí están los libros, viejos títulos que dan cuenta de lo que fue en otro tiempo el panorama literario de este país. O tempora o mores, que diría don Heladio Monforte, mi profesor de latín del bachillerato. Los autores aquí expuestos hace mucho que perdieron su lustre. La gloria se desvaneció y quedan sólo cagadas de mosca en las páginas ajadas de estos galardonados volúmenes. Martín Vigil, Vizcaíno Casas, Carmen Kurtz, Ángel María de Lera, Ángel Palomino, Fernando Díaz-Plaja. Superventas de otros tiempos cuya prosa resulta hoy avejentada y gris. También best-sellers internacionales de los que casi nadie se acuerda: las novelas de León Uris, Pearl S. Buck, Sven Hassel, El dios de la lluvia llora sobre Méjico de Lászó Passuth. Esto se leía a toneladas cuando yo era pequeño y en los estantes de cualquier casa alguno de estos libros hallaba su hueco. Y, sin embargo, sniff, aquí están, abandonados. Por un euro me llevo Filetes de lenguado de Gerald Durrell, editado por Bruguera en una colección juvenil en la que leí (hace tanto) a Chesterton, Chejov, H.G.Wells y muchos otros. Sniff again. Qué perecedera es, en el fondo, la literatura. Como todo. Y lo peor es que ni siquiera hay un glamour retro en estos montones de papel impreso que se ofrece a precio de saldo. Una chaqueta de cuero de los años 70 resulta cool. El Premio Planeta de 1975 (La gangrena de Mercedes Salisachs) atufa a alcanfor y sufre en su puesto de la Cuesta de Moyano las inclemencias del tiempo y los bostezos de los mirones ociosos. Ni siquiera está hoy (tal vez se ha muerto) la anciana librera que espantaba a los niños al grito de "¡no se toca!".
La Cuesta de Moyano es el cementerio de los libros perdidos y, por eso, me acongoja pasear por entre sus mesas y siempre pienso que no le vendría nada mal una reforma que pusiese al día la oferta, al estilo de la que se ha ejecutado en algunos mercados de la capital (San Miguel, San Antón). O sea, ironizará el agudo de turno, que vendan pulpo a la brasa y vino de Rueda en vez de libros. Pues a lo mejor. A mí es que me da mucha pena que Martín Vigil tenga ahí tirada toda su obra, con lo que fue ese señor (hasta que se murió y Luis Antonio de Villena decidió contar que, además de sacerdote, era homosexual y le gustaban especialmente los jovencitos).
No sé, no sé. Madrid se reinventa vorazmente y la Cuesta de Moyano (mientras) sigue congelada en ámbar, los libreros con los mismas batas azules que cargan con polvo de generaciones, la foto en color en sepia, el Jardín Botánico asomándose por encima de la madera.
Melancolía de un paseo por la Cuesta de Moyano. Hay quien prefiere que las cosas permanezcan inmutables durante siglos. Yo adoro el cambio y por eso me gusta Madrid, porque es una ciudad cambiante bajo la que, sin embargo, se mantiene una identidad indestructible.
Y si en la Cuesta de Moyano se ofreciesen apetitosas raciones de pulpo a la brasa regadas con vino de Rueda, mejor que mejor.