miércoles, 12 de junio de 2013

MANUEL Y LA TEORÍA DEL CAOS

Miércoles, 12 de junio, sala Galileo. Una cita que nadie debiera eludir. Actúa Manuel Cuesta. Y Tontxu y Virginia Labuat y Fran Fernández y un buen puñado de trovadores que resisten al miedo en este Madrid clandestino de noches que se alargan hasta la madrugada. Ellos son el brazo armado de una ciudad que jamás claudica, que reinventa canciones para que no nos alcance la derrota. Manuel Cuesta posee poderes arácnidos que le guían en las tinieblas de estos días extraños. Manuel Cuesta escribe versos eléctricos, se sitúa al borde la catástrofe, es un mariachi que tiene en los dedos humo de Leonard Cohen y a su lado Marty McFly agita Johnny B. Good en hielo de ginebra. Manuel Cuesta siempre está quejándose de las mesas vacías pero no sabe que quienes le oímos sabemos suplir el silencio de tantas voces sordas. Manuel Cuesta es un imprescindible de los tugurios en los que pisamos la cerveza derramada durante toda nuestra adolescencia. Manuel Cuesta sube al escenario y mueve la barba como si a Pablo Guerrero le hubieran aplicado electroshock y hubiera mutado en Damien Rice. ¿A dónde caminan tus sueños? se pregunta. Si lo supiéramos. Manuel Cuesta canta en esdrújulo, cuadrándose en el exceso y entendemos que dice lo que le dicta la sangre y eso nos salva de cualquier melancolía inoperante. Qué más añadir. Manuel Cuesta o la teoría del caos y estas líneas escritas apresuradamente no dan medida de su arte, lo mejor es que vayan y vean lo que es bueno. Miércoles, 12 de junio, sala Galileo, 21 30. Una cita ineludible. Háganme caso.

miércoles, 5 de junio de 2013

CAMAREROS POR EL MUNDO

En España el patriotismo consiste en meterse con los catalanes y el fúlbol. Somos unos patriotas realmente raros porque luego, sin embargo, no nos importa en absoluto que nuestros jóvenes limpien platos por toda Europa. En Londres no cabe un camarero más de origen español así que ya los que se largan a la lluviosa Gran Bretaña están recalando en sombríos villorrios de Gales o Escocia, donde hay pintas que servir y buenas propinas con las que comprar sopa de sobre para este invierno que no termina nunca. Los jóvenes españoles (eso sí, lustrosos y con licenciaturas e incluso costosos masters a las espaldas) viven en los suburbios londinenses como bangladesíes en Lavapiés pero como son muy jóvenes todavía no les escuece el orgullo y ríen la aventura que (confían) contarán a sus nietos. Ah. Sí. La aventura está bien. Yo mismo estuve a punto de ser emigrante y volé a Argentina y engordé diez kilos comiendo en Lalo a altas horas de la madrugada pero no pudo ser, tuve que volverme (sniff) no sin antes haberme reunido muy cerca de San Telmo con un directivo de televisión que me mandó para casa tras conferenciarme a lo largo de tres amenas horas. Aquí mandas un correo electrónico y ni te contestan. No pido yo tres horas cada vez que me rechacen en un trabajo pero ni tanto ni tal calvo.
Volviendo al asunto que nos ocupa, reflexionemos sobre qué queremos ser de mayores. Los alemanes todavía utilizan la expresión "orgulloso como un español" y no entiendo muy bien por qué. Del viejo orgullo poco nos queda y nuestra única aspiración es servir sangría o chucrut, lo mismo nos da. Veo en el periódico que se ha promocionado la Marca España en Bruselas y el ministro de Exteriores se ha llevado para allá a dos que bailan flamenco, unos cuantos diseñadores de moda y, sobre todo, tapitas a todo trapo. Olé. Podría haberse acompañado Margallo de algún escritor o músico, de investigadores de alto nivel o actores de los que trabajan en Francia o Hollywood. Pero no. Ya sabemos que a lo que aspira este país es a colocar a las afueras de cada ciudad una imitación de Las Vegas. Los científicos huyen despavoridos y el I+D+I son los 5 botellines por 3 euros de La Sureña.
No hay nada de malo en ser camarero pero no tengo claro que un país pueda crecer basando su modelo económico exclusivamente en los bares o en exportar al mundo empleados de hostelería. De algo hay que comer, no obstante. Y, sin embargo, yo (tan de izquierdas) tengo mi corazoncito patriota y me gustaría que mi país brillase por otras cosas. Ah, sí, también está la selección de fútbol y Rafa Nadal. Menos da una piedra.
Hubo un tiempo en que España daba al mundo poetas. García Lorca todavía atrae a multitud de lectores internacionales. El manco de Lepanto, no digamos, aunque a Nabokov el Quijote le pareciera espantoso y no entendiera que a alguien le hiciesen gracia las crueldades infligidas a un anciano con claros síntomas de trastorno mental. También tuvimos a Buñuel y a Cajal y a Severo Ochoa. Carlos Saura o Pedro Almodóvar llenaron salas de cine a lo largo y ancho del planeta. No nos podemos quejar del éxito de nuestros empresarios textiles y creo que también somos buenos en alguna otra cosa pero ahora no me acuerdo.
Aún así estos tiempos miserables dan para lo que dan. Y dan, ahora mismo, para que nuestros jóvenes (y no tan jóvenes) hagan la maleta y se larguen a Berlín, Manchester o Lieja y se conviertan en la carne de cañón de la taberna global. Y no por libre elección sino porque, niéguelo González Pons o su porquero, España ha vuelto a ser un país pobre y sin aspiraciones. Y eso duele a un verdadero patriota.