sábado, 30 de mayo de 2015

NUESTRO 1982

Aseveró Felipe González, cuando los dinosaurios dominaban la tierra, que el poder se toma generacionalmente. Ahora el dinosaurio es él y, como aquellos viejos hombres del búnker que apuntaban con su pistola, se niega a ceder el paso. Se inventa piruetas venezolanas y le resulta imposible disimular la antipatía que un líder como Pablo Iglesias provoca en él. Pero la vida es así.
La noche del 24M, en la plaza del Reina Sofía, gente de 20 y 30 años brindaba con latas de cerveza por la victoria de las fuerzas del cambio. Hace apenas una legislatura muchos de ellos estaban en la Puerta del Sol bramando Lo llaman democracia y no lo es. Ahora se hallan a punto de entrar en parlamentos y órganos de gobierno. Exactamente como en 1982 hicieron los jóvenes socialistas que lideraban Felipe González y Alfonso Guerra.
Hay relevo en el ámbito de lo político y, mientras tanto, vocifera el columnismo senil en el los periódicos de papel. Lo peor son los presuntos progresistas, incapaces de asumir que los tiempos están cambiando y que ya no volverán los días de vino y rosas del felipismo y los cursos de verano en los que colocar a mesa y mantel a todo intelectual afín que se dejase.
Enrique Gil Calvo escribe en El País que, salvando los casos de Manuela Carmena y Ada Colau, Podemos ha fracasado en estas últimas elecciones. ¿A qué se referirá este señor? ¿A los 27 diputados que ha sacado la formación morada en la Comunidad de Madrid con un candidato desconocido y pugnando con un Ángel Gabilondo que a todo el mundo cae bien? ¿Al empate técnico en votos (5.000 de diferencia) entre PSOE y Podemos en Aragón? ¿A que, saliendo de la nada, se haya convertido en la fuerza decisiva en comunidades como Navarra, Castilla-La Mancha, Valencia y alguna otra? ¿A Cádiz, donde Podemos coloca a su candidato como el favorito para gobernar la ciudad?
Susana Díaz tampoco lleva bien eso de que el paradigma esté variando. Cuentan los cronistas de colmillo retorcido que lo que más le fastidia es tener que dar la alcaldía de Cádiz al novio de la Teresita. Eso es política de altura y lo demás son tonterías. (Esto no se lo contéis a Anabel Díaz que se va a llevar un disgusto porque está convencida de que en el PSOE sólo hay paz y amor).
El caso es que el cambio avanza pero cuidado que el IBEX ya está maniobrando y vaya usted a saber lo que puede suceder. Por lo pronto, Xabier Trias (un hombre honesto) confesó a Ada Colau que la idea peregrina que de fuese investido alcalde con la colaboración del PP había surgido del empresariado y la facción ultra de los populares. Y qué decir de Madrid, donde Esperanza Aguirre torció la voluntad popular mediante el tristemente célebre tamayazo e intenta repetir la jugada.
Pero, sea como sea, es ley de vida que los burócratas eternos que ocuparon los despachos en 1978 sean expulsados de una vez por todas y asalte los cielos la juventud (veinteañera, treintañera y hasta cuarentona) que lleva demasiado tiempo viendo como gobiernan siempre los mismos.
Y, ojo, porque no se trata sólo de una cuestión de edad en el sentido estricto.
Manuela Carmena ha demostrado ser la política más joven del panorama nacional.
Susana Díaz, a su lado, es una anciana.