viernes, 28 de octubre de 2016

SINVERGÜENZA, CAPULLO, GILIPOLLAS

La misericordia cristiana que desplegaron los medios de comunicación y el tertulianismo del búnker para con Felipe González cuando hace poco le protestaron estudiantes radicales en la Universidad Autónoma de Madrid no ampara a Pablo Iglesias. Al líder de Podemos se le puede calificar de "sinvergüenza", "capullo" y "gilipollas" en el mismísimo Congreso de los Diputados sin que se produzcan aspavientos condenatorios. Si Podemos espolea "atmosféricamente" (Ruben Amón dixit) una difusa violencia antisistema, no sé cómo habría que calificar el insulto sin matices contra quien dirige una organización política con cinco millones de votantes.
A Antonio Elorza, desde luego, no le debió de molestar en absoluto o (al menos) no lo expresó y sí incidió al día siguiente en que Pablo Iglesias se come a los niños crudos.
En la radio se escuchó a la tertulianía paleoprogresista ridiculizar al líder de Podemos comparándolo con el Rayo Vallecano, cosa que a los que somos de Vallecas y del Rayo nos escuece y que denota un cierto tono de clasismo un tanto repugnante.
La crispación está ahí y no la ha traído Podemos al Congreso. Se trata del establishment construyendo lo que Belén Barreiro apunta en su excelente artículo ¿Hacia un sistema democrático de partido único?
La Triple Alianza de PP-PSOE-Ciudadanos dibuja un panorama demasiado parecido al que aparece en el cómic V de Vendetta de Alan Moore y ya se sabe cómo acaba ese relato, con el parlamento volando por los aires.
Pero así seguiremos, supongo, ya que Pablo Iglesias es el blanco preferido de quienes no quieren que España cambie y por ello le han calificado de "maltratador", "narcisista bad boy" siempre "dispuesto a destripar a la brava a quien se ponga por delante", "tigre dispuesto a devorarlo todo"... Resultaría interminable la compilación de imprecaciones públicas contra un personaje al que, hasta ahora, se contrapone la dulzura de Íñigo Errejón.
Pero que nadie se equivoque: si mañana Íñigo Errejón sustituyera a Pablo Iglesias, se convertiría inmediatamente en el mismo monstruo sin entrañas que la viejísima casta pinta a cada ocasión para asustar a las monjitas.

sábado, 1 de octubre de 2016

UNA PELEA DE BURÓCRATAS

Salió a la palestra Josep Borrell y puso de manifiesto el radical abismo que separa la inteligencia política de cierta generación de socialistas y la irreflexión del actual plantel de dirigentes que andan a palos entre ellos.
Están los dinosaurios (con Felipe González a la cabeza) y Borrell, un socialista íntegro aunque (por equivocación) le hayamos incluido alguna vez en la lista de beneficiarios de las puertas giratorias. Borrell es brillante y no le hubiera hecho falta un ministerio para ocupar un lugar de privilegio en la empresa privada.
Pero a lo que vamos. Borrell habló y dejó claro que sea lo que sea lo que quiera ser el PSOE de lo que se trata es de construir un relato coherente en vez de conducirse en un zigzag de bandazos absurdos.
Él aceptaría una abstención pero con condiciones y, en todo caso, antes de eso apoya explorar la vía de un gobierno de cambio.
Porque, como reconoció de modo certero, "en Podemos están muchos de nuestros hijos".
Y replicó a Felipe: si hay que respetar a los votantes del PP también hay que mostrar ese mismo respeto con los cinco millones de electores que optaron en las elecciones por la formación morada.
Se vio perfectamente la sideral distancia entre alguien que sí tiene convicciones ideológicas y los burócratas que se pelean por quedarse con el PSOE en propiedad.
Simples burócratas todos: Pedro Sánchez, Susana Díaz, Antonio Hernando, Verónica Pérez, César Luena, Juan Cornejo, Antonio Pradas, Rafael Simancas...
El resumen del nivel en el que se está moviendo el PSOE es el emoji llorón de Patxi López para expresar su desolación ante la crisis del partido en que milita.
Teresa Rodríguez ha dicho a la cara en más de una ocasión a Susana Díaz que su problema es que no ha trabajado en la vida.
Basta con echar un vistazo a la trayectoria profesional de los nuevos mandos del PSOE para ver de qué va esta historia.
Verónica Pérez (la que se arroga la jefatura socialista a las puertas de Ferraz enviada por Susana Díaz) se votó a ella misma como concejala cuando tuvo edad para ir por primera vez a las urnas y desde entonces no se ha apeado del cargo.
César Luena ha hecho el trayecto de Logroño a Madrid sin abandonar la mullida moqueta de los despachos del PSOE.
Antonio Pradas entró adolescente en el PSOE y tres cuartos de lo mismo, saltando de una diputación a una alcaldía pasando por la dirigencia de alguna sociedad pública.
Antonio Hernando comenzó como abogado de la UGT y llegó a ser vicepresidente de la Asociación de Trabajadores Inmigrantes Marroquíes y luego fue adoptado, según dicen, por Rubalcaba
Y así todo.
No se trata de criminalizar la política profesional pero resulta muy dudoso que gente así tenga conciencia de lo duro que ha sido la crisis han sufrido numerosísimas españolas y españoles.
Y luego está el vacío ideológico en el que se mueven los de uno y otro bando.
A Pedro Sánchez le reivindican como Corbyn a la española cuando después del 20D pactó un programa de centroderecha con Ciudadanos.
Susana Díaz, según quienes conocen bien la política andaluza, lleva sin gobernar desde que llegó y en su discurso, más allá de tópicos y sentimentalismo barato, no se atisba noción alguna de cuál es su idea de socialdemocracia.
Así que se trata de una pelea descarnada por el poder. No hay más.
Luego están los opinadores y artistas que, con un argumentario propio del que despliega una Miss en pugna por la corona, piden la paz mundial y un gobierno PSOE-Podemos-Ciudadanos.
La cuadratura del círculo.
Esta crisis refleja el agotamiento del Régimen del 78 que, a la vez, tal y como señala Lucía Méndez, está siendo juzgado en el caso de las tarjetas black: los viejos partidos, los sindicatos, el empresariado y toda una élite que perdió el contacto con la realidad y creyó que era absolutamente normal enriquecerse de cualquier modo.
Pedro Sánchez no es nuestro Corbyn. Ojalá lo fuera. Supondría ello que hay un debate ideológico.
Pero no.
Solamente hay burócratas batallando porque, como también dijo Teresa Rodríguez a Susana Díaz en el parlamento andaluz, no tienen dónde volver si se les acaba la política.