jueves, 21 de abril de 2016

LOS PERIODISTAS Y PABLO IGLESIAS

Acusa la Asociación de la Prensa de Madrid a Pablo Iglesias (entre otras muchas cosas) de procacidad. Ahí le han dado. La verdad es que yo tengo poco respeto por la profesión periodística porque llevo unos cuantos años ejerciéndola y nos conocemos todos pero tampoco voy a disculpar la torpeza del líder de Podemos. A los periodistas (mira que se lo tengo dicho) hay que invitarles a gambas y con eso se les tiene ganados para la causa. Pero Pablo Iglesias no aprende.
Lo de la procacidad, supongo, es porque dijo no sé qué de masturbarse para criticar a algunos periodistas y cometió la estupidez (las cosas como son) de mencionar a un periodista en concreto llamado Álvaro Carvajal.
Salieron en tromba los chicos (y chicas) de la prensa a decir que hasta ahí podíamos llegar y, en parte, tenían un poco de razón pero yo me acordé de cuando Federico Jiménez Losantos dijo que a él le gustaría matar a tiros a los de Podemos y ningún compañero se levantó de la mesa ni protestó y no sólo eso sino que a Losantos le invitaron al cumpleaños de Vargas Llosa. La APM no recuerdo que levantase el dedo y alertase de lo poco ejemplar de amenazar con un tiro a bocajarro al prójimo.
La APM, para quien no conozca tal asociación, es una cosa a la que se inscribían los periodistas para tener médico privado. Resulta que ese servicio lo pagaba la Comunidad de Madrid con dinero público y entre Podemos, PSOE y Ciudadanos se lo quitaron y hubo llanto y crujir de dientes y los honrados trabajadores de la prensa se quedaron sin ir a la Jiménez Díaz, hospital que (según dicen) está muy bien para dar a luz.
Pero vayamos al lío: ¿tiene derecho Pablo Iglesias a criticar a un periodista concreto e ironizar con su habitual colmillo? Pues, hombre, según. Si el periodista es Paco Marhuenda o Eduardo Inda, que dirigen medios y pueden defenderse a voces, más bien sí. Pero el pobre Álvaro Carvajal es un plumilla de a pie y a esos se nos tiene que tratar con piedad cristiana.
Cualquiera que haya trabajado en un medio sabe que el periodista está sujeto a contradicciones y que, sí, en mi hambre mando yo pero en este sector hay mucha hambre y decirle a tu jefe que no te toque un titular pues, en fin, no suele ser un procedimiento adecuado para conservar el puesto.
Los periodistas hacemos lo que podemos y es verdad que en el caso de Podemos (valga la redundancia) hay verdaderos militantes que se suman con gusto a ciertas campañas de intoxicación. Lo de los papeles sobre la supuesta financiación ilegal de Podemos olía directamente a mierda pero, aún así, se aireó en medios de risa y en medios serios como si se sostuviese.
Luego están los que dicen que se aburren mucho con esta situación de bloqueo político habiendo vivido decenios de verdadero aburrimiento bipartidista. Hombre, nos pagan para no aburrirnos contando la actualidad política que, por otra parte, está de lo más entretenida (me parece a mí).
Dicho todo esto alguien tendría que aconsejar a Pablo Iglesias que cuente hasta diez antes de decir ciertas cosas.
En fin, que mi solidaridad con Álvaro Carvajal (sobre todo como miembro de una redacción que va a ser sometida a un cruento ERE) pero tampoco sobreactuemos ya que esta profesión tiene problemas mucho más graves que unas declaraciones desafortunadas de Pablo Iglesias.

domingo, 10 de abril de 2016

HE VISTO LA ÚLTIMA DE ALMODÓVAR

Resulta fuera de toda controversia el talento de Almodóvar para colocar la cámara, dibujar planos de extraordinaria belleza kitch, dirigir actrices de modo que actúen exactamente como lo haría el propio Almodóvar, estilizar paisajes urbanos, melodramatizar mediante certeros pasajes musicales y ejecutar puestas en escena memorables. Otra cosa es que detrás de todas esas habilidades, detrás de la escritura virtuosa de cada una de sus películas, haya algo. Y hace mucho que Almodóvar no tiene absolutamente nada que decir.
Vi Julieta en el mismo cine donde, hace glaciaciones, descubrí en sesiones de madrugada Pepi, Luci, Bom, Laberinto de pasiones o Entre tinieblas. Eran (entonces) los cines Alphaville y yo me recluía en sus catacumbas con mis camaradas Juan y Vallejo y (años 90) salíamos deslumbrados por el brillo de un tiempo que no conocimos (La Movida) y por la capacidad transgresora de un tipo capaz de casi todo.
Las mejores películas de Almodóvar son películas realistas. Casi documentales de un momento y de un país: la Movida, los 80/90, la fiesta continua que (de pronto) para, Átame y la violencia y el sexo, el proletariado y lúmpen en ¿Qué hecho yo para merecer esto?, las drogas y la homosexualidad en La ley del deseo y el tigre de las monjas y tantas brillantísimas imágenes hipnóticas, demostraciones empíricas de que Almodóvar es uno de los grandes, un director al que echamos de menos aunque (incluso) nos decepcione con películas como Julieta.
Julieta es la nada, tres cuentos de Alice Munro hilvanados para dar lugar a una sucesión de escenas hermosas a veces, rutinarias otras, repetidas en la mayor parte de los casos. Adriana Ugarte está soberbia. Emma Suárez es Emma Suárez. Rossy de Palma siempre funciona. El personaje masculino, para variar, es guapo y no se le exige gran cosa.
Pero, claro, ¿y qué cuenta Julieta? ¿De qué habla?
De la pérdida, he oído decir al autor.
Viene muy bien que nos lo explique porque el espectador, una vez llegado al plano final, no lo habrá descubierto. El relato no va más allá de su enunciación: chica conoce a chico muy guapo en un tren, tienen una hija y luego (muy al final) estalla una tragedia que provoca una huida y tal vez exista un reencuentro o no.
Pero nada llega al corazón. Y casi todo lo hemos visto: la fotografía rota y recompuesta, el encontronazo en plena calle y ellas con gafas de sol de divazas a lo Norma Desmond, el viaje en coche, las cocinas de colores, el papel pintado tan bonito de la pared...
Hay algo de misterio y de calidez en todo el pasaje del tren, una cierta magia. Tal vez la mejor parte de la película.
Pero después están esos detalles autorreferenciales que son el peor Almodóvar: Bimba Bosé y Elena Benarroch pasando por allí y, como bien apuntó Boyero, esas frases que apestan a cosmopolitismo impostado ("la vi en el lago de Como", "la conocí en el Festival de Música Sacra de Fez"...).
Dice Almodóvar que hace mucho que no sale a tomarse una copa por la noche y confiesa que tal vez eso le ha apartado de cierta comprensión de la realidad. Pero una cosa es una cosa y otra es que Julieta suceda en un país inventado y absurdo, ajeno a la crisis y al hundimiento de Europa, donde nadie tiene problemas económicos, la gente es desgraciada pero viaja por todo el mundo para consolarse, en Galicia no se habla con acento gallego, en los años 80 se viste con prendas de H&M y las mujeres se hacen mayores mas los hombres se quedan igual porque total para qué. Vemos una preciosa casa de campo que en un diálogo se describe como "sin comodidades". Luego entramos en la casa y ya quisieran esas incomodidades tantos españoles que se abrigan con una manta para no encender la calefacción.
No hagamos, en todo caso, demagogia ya que no es obligatorio darse al cine social (casi mejor no hacerlo si se hace mediante la obviedad) aunque sí sorprende que un tipo tan listo como Almodóvar, que fue capaz de retratar España bajo su particular prisma, se haya olvidado de lo que pasa en la calle.
Sucede a veces.
Uno se encierra con sus amigos, cierra la puerta a toda crítica y a toda zozobra y acaba repitiendo el mismo chiste pero no pasa nada porque los de siempre, cada vez más viejos, ríen la gracia.
Pero a la que te descuidas estás muerto.
Yo soy de los que vieron en Los amantes pasajeros ciertas virtudes. Me resultó enternecedor contemplar a Almodóvar tratando de recuperar su juventud, intentando volver a las comedias salvajes de los 80, con su tendencia a la zafiedad y el desenfreno.
Y en el avión de aquella película se veía España.
En Julieta no se ve absolutamente nada.
Es una pena.
Aunque, eso sí, denunciemos la enorme idiotez escrita por Boyero al señalar que el plano final de Julieta se parece sospechosamente al de Los exiliados románticos de Jonás Trueba. Más alla de que en ambos planos aparece un lago, nada tiene que ver uno con otro.
Y aprovecho para rogar a todo amante del cine que, por favor, busque por cielo, tierra y mar esa miniatura de Trueba El Joven y la disfrute porque es de lo mejor que se ha rodado en este país en mucho tiempo.
Resumiendo, Julieta es una película fallida.
Seguimos (aún desde la severidad) amando a Almodóvar.
Sigue siendo uno de los grandes, a la altura de Douglas Sirk y Fellini.
No estaría de más que buscase una verdadera historia que contar.

lunes, 4 de abril de 2016

EL CUMPLEAÑOS DE MARIO

Hubo otro cumpleaños que marcó una época. Fue el cumpleaños de Ronaldo (el Viejo) que inspiró una bellísima canción de La Costa Brava y al que acudieron las mujeres más hermosas de la ciudad allá por 2003 Al cumpleaños de Ronaldo (el Joven) fue el cantante colombiano Kevin Roldán y Gerard Piqué se burló de ello.
Los cumpleaños los carga el diablo y más si el amor llega así de esta manera como ha sucedido en el caso de Mario Vargas Llosa.
Al estilo de María Antonieta pero sin croissants porque para cenar no se estilan se hizo un festejo en el lujoso hotel Villamagna y el establishment se hizo carne en los salones, besando la mano de doña Isabel Preysler.
Nadie discute el mérito literario a Vargas Llosa pero hoy por hoy resulta de mayor relieve su carácter de icono para un poder establecido preocupadísimo por Venezuela y bastante despreocupado, sin embargo, por las llamas que devoran Europa en forma de ultraderechismo feroz, desigualdad y migraciones salvajes.
Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler unieron en un mismo abrazo a Felipe González y a Esperanza Aguirre (a la que el Nobel calificó en su momento de "Juana de Arco del liberalismo"), a Rosa Díez a su ejecutor (o sea, Albert Rivera), a periodistas del paleoprogresismo de la Transición y a Federico Jiménez Losantos (que, por un día, no insultó), a Orham Pamuk y a Boris Izaguirre.
Todo fue precioso.
Faltó una joven Claudia Cardinale riendo entre los ancianos como en El Gatopardo.
A las puertas del hotel Villamagna los paparazzi congelaban la noche con sus flashes y dentro había cocktail y posterior cena enormemente sabrosa. Las horas discurrían en la mayor de las delicias como si no pasara nada en el mundo.
Vargas Llosa y el establishment danzan y vigilan que Venezuela camine hacia la democracia mientras Europa arde por los cuatro costados.
Un cumpleaños con la orquesta del Titanic tocando.
Ahora queda esperar que Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler se casen y sería pluscuamperfecto que la boda se celebrase en Los Jerónimos con la presencia de Su Majestad el Rey Felipe VI y doña Letizia y los académicos de la Real Academia de la Lengua Javier Marías, Félix de Azúa y Arturo Pérez Reverte que, cuando llegue la tarta, entonarían borrachos canciones de la Legión.
Viva España y viva Perú.