miércoles, 6 de diciembre de 2017

PAPÁ, NO ME CUENTES OTRA VEZ

Acabo de leer en el periódico la crónica feliz de dos niños del 78 (como yo) acerca de la Transición y sus placeres. Dos niños del 78 pero dos niños buenos (no como yo) y que, básicamente, agradecen a sus papás habernos dado la democracia, una carrera universitaria y un futuro esplendoroso.
Ya.
Pero resulta que, quiérase o no, la Constitución del 78 es papel mojado para una buena parte de la población (que ni la votó ni la ha disfrutado tanto como los firmantes de las crónicas que inspiran estas líneas) y la Transición ha dado, en lo territorial, un resultado fallido, con insurrección en Cataluña, 155 y un Rey contrarreformista satisfecho de haberse dirigido a esa (presunta) inmensa mayoría que cuelga enseñas rojigualdas en los balcones.
Y luego que está muy bien que el PSOE (en su benevolencia) nos dejase a los chavales de Vallecas y San Blas ir a la universidad pero a cambio de tal dádiva no vamos a estar toda la vida dándole las gracias a Felipe González.
Fuimos felices en la Transición porque estaba el Un, dos, tres los viernes por la noche pero la Transición está llena de mentiras, desde la versión edulcorada del 23F con Juan Carlos I salvando la democracia en pijama hasta la filfa de cómo fueron años pacíficos teniendo en cuenta que la ultraderecha mató impunemente mientras Martín Villa se limpiaba las gafas (siempre sucias). También mataba ETA y el GRAPO, por si quiere sumarse más sangre.
Lo que pretendo decir es que resulta legítimo cuestionar la Transición igual que resulta legítimo cuestionar el Régimen del 78 y aspirar a una democracia mejor.
Usted tuvo unas becas estupendas para estudiar la carrera pero los jóvenes de hoy lo tienen crudo, las tasas universitarias ya son prohibitivas para una franja de la ciudadanía y, sobre todo, se ha provocado una precarización de tal calibre que, si no se solventa, nuestra sociedad se convertirá en una bomba de relojería. La desigualdad se paga.
¿Y eso se arregla cambiando la Constitución?
No exactamente.
Pero el inmovilismo no resulta solución ninguna y a España hay que darle un relato de esperanza. Lo malo es que, como nos descuidemos, ese relato será el de la Contrarreforma que propone Ciudadanos y tendremos desesperanza y conflicto.
Volviendo a las crónicas felices del aquel 78 hermoso. No me parece de recibo que comencemos nosotros, las niñas y niños de la Transición, a contar batallitas y tratar de convencer a la juventud actual de que lo mejor es estarse quieto.
Para ese viaje no hubieran hecho falta alforjas.
Para eso no hubiéramos hecho mi hermano Ismael y yo la canción de Papá, cuéntame otra vez. Que, ahora, por cierto, hubiera titulado Papá, no me cuentes otra vez para otorgarle mayor rotundidad. Ya que la matraca de No toquéis el Régimen del 78 que se rompe y es peor atufa a senilidad y queremos seguir siendo jóvenes todo el tiempo que se pueda.
Bueno, que sí, que nos dieron becas, nos dejaron estudiar en la facultad pero también (si del PSOE de la Transición hablamos) nos metieron en la OTAN, hicieron una reconversión industrial salvaje, promovieron una cultura económica del pelotazo y el evento (expos, olimpiadas, Fórmula 1...) que derivó muy habitualmente en corrupción, se ensuciaron en la guerra sucia, quitaron La bola de cristal y hasta encarcelaron a jóvenes que no querían hacer la mili. Al César lo que es del César (pero todo, ¿eh?, no sólo la parte esplendorosa).
En fin, que la Transición y la Constitución del 78 muy bien, camaradas, pero no nos pongamos estupendos.