miércoles, 29 de enero de 2020

GOBIERNO O BARBARIE Y CÓMO LA DERECHA VA PERDIENDO (Y CIERTA PROGRESÍA NO SE ENTERA)

Lo inaceptable es que a un líder sedicioso se le preste el balcón de la sede de un gobierno autonómico para arengar a las masas y no estoy hablando del independentismo catalán sino de Juan Guaidó a su paso por Madrid. Pero ese uso partidista de las instituciones a nadie parece escandalizar entre la opinancia generalista, e incluso resulta que preocupa muchísimo a algunos ex combatientes de la Santa Transición las conversaciones a medianoche del ministro Ábalos y quizás las tribulaciones de las fortunas venezolanas que ya no encuentran un edificio decente que adquirir en el madrileño barrio de Salamanca. Dónde vamos a ir a parar. 
Lo llamativo no es que desde la radio de las mil colinas se profieran consignas guerracivilistas, eso viene de antiguo, sino que en esa vociferación se mezclen algunos acentos templados, temerosos de no se sabe qué, o tal vez con melancolía por las verbenas de Miguel Yuste, cuando éramos reyes (y reinas) y bailábamos el bimbó con Javier Solana y Rafael Alberti. Abre la muralla. Maldita edad. 
Lo divertido (con todo) es que las batallas que ha elegido la derecha son de una imbecilidad manifiesta. Cataluña sí puede ser material explosivo pero ya veremos. Lo del “pin parental” (censura de papás y mamás) se eleva a tal grado de burricie que se irá diluyendo con el paso de las semanas. La apuesta venezolana ya se hizo y, la verdad, sus resultados se limitan a las monsergas que Bertín Osborne cuela en su programa siempre que puede. A periodistas y demás gente que crea opinión toca elegir entre el menú de la derecha (primero, segundo, flan de postre, café, copa y puro) o referirnos a otras cosas y entre esas otras cosas debieran incluirse bastantes asuntos que afectan de verdad a la gente de la calle: del salario mínimo a la pelea contra las casas de apuestas pasando por la lucha de las mujeres o el derecho de jóvenes y precarios a un trabajo digno. Venezuela también puede discutirse, ojo, y no hay por qué estar de acuerdo con Nicolás Maduro.
 El problema es que no estar de acuerdo con Nicolás Maduro no implica echarse en brazos de Juan Guaidó igual que no estar de acuerdo con Bashar al-Ásad no implicaba que el ISIS supusiera una solución razonable para Siria. Salvando las distancias, que no se enfade Bertín. 
El caso es que el ruido que se escucha procedente de los periódicos, las radios y las televisiones tampoco crea nadie que refleja exactamente el ambiente del país. Hay mucha gente enfadada pero también hay bastante gente feliz porque un gobierno progresista está poniendo un proyecto en pie. Y la derecha, aunque se pronuncie a grito pelado, no está ganando. Sus batallitas tienen mucho de estupidez en comparación con lo que puede suponer para alguien que sus condiciones de vida mejoren. 
Lo que sucede en Venezuela tiene importancia pero si en tu barrio el panorama se dulcifica porque te pagan un poco más a fin de mes o porque se lo ponen difícil a quienes fomentan la ludopatía entre chavales de instituto, seguro que te alegras. Digo yo. 
Gobierno o barbarie
. Aplicar una agenda social pegada al suelo o perdernos en discusiones sobre batallas culturales promovidas por Hazte Oir. Batallas que habrá que asumir, por supuesto, pero sin perder los nervios. Y sin que nadie se deje arrastrar hacia el embarrado terreno de juego del contrario. 
Gobierno o barbarie. Medidas efectivas frente a gamberrismo. Tenía razón Íñigo Errejón cuando sostenía que, tras la etapa de protesta, un movimiento como Podemos estaba obligado a ofrecer orden, un nuevo orden que permitiese a la gente sentirse segura en el campo progresista. Tenía razón en eso y se equivocó en otros aspectos. 
Pero, sea como sea, en ello estamos: el Gobierno es el orden, un nuevo orden igualitario en construcción, frente al caos que propone la derecha. Y el caos no resulta tan atractivo como parece. Aunque, a primera vista, las llamas resulten hipnóticas. 

miércoles, 8 de enero de 2020

LA ALEGRÍA ESTÁ PERMITIDA

A un lado (a la extrema derecha de Dios Padre) brama un columnismo cipotudo que quiere ser Umbral pero se queda en Campmany y considera en peligro la patria, que es como denomina esta gente a los restaurantes de la calle Jorge Juan del barrio de Salamanca donde abrevan (incluyendo los establecimientos del callejón de Puigcerdá).
Al otro están las insignes plumas ancianas de la Santa Transición, melancólicas como Emilio Romero cuando le cerraron el diario Pueblo, extraviadas en un laberinto que no entienden, añorando las verbenas de Miguel Yuste, la Bodeguilla de Felipe y los días luminosos en que Peridis dibujaba a Carrillo fumando.
En la televisión, el pandemónium habitual de tertulianía vociferante.
Y, en medio de todo, está un país que nadie vio, una España que ha sumado sus votos para construir futuro.
La alegría está permitida y ya toca dejar de oír a los heraldos negros del pesimismo.
Ahí fuera el pueblo celebra esta victoria. Y llamo pueblo al precariado, a la juventud que pelea por un jornal y una vivienda digna, a quienes cargan su trabajo a la espalda y pedalean por la ciudad, a los resistentes de la España vacía, a las mujeres que se quieren libres, a quienes habitan los barrios, a quienes mantuvieron todo este tiempo la esperanza de que, tal vez, las cosas pudieran cambiar a mejor.
Éramos siempre 5.000 manifestándonos desde la glorieta de Atocha hasta la plaza de Jacinto Benavente. Contra el fascismo, para que salieran de la cárcel los insumisos, en solidaridad con la lucha saharaui o palestina.
Luego fuimos muchos más el 15M.
Ha sido un camino largo.
Nos hemos hecho adultos y hemos tenido que afrontar nuestras propias contradicciones.
Llegarán las dificultades y las frustraciones.
Pero, de momento, arriba los corazones.
Y:
"Brindemos
que ahora es siempre todavía".