He reconocer que adoro Marbella. Su olor a putrefacción y buganvillas, su estrafalaria ostentación de estatuas rusas e idolillos enanos en las rotondas (como ese Jaime de Mora en bronce, sedimento de otro tiempo), el rococó arábigo de las mansiones, las altas palmeras que dan brisa a los millonarios emboscados en la montaña, ajenos al turismo de alpargata que suda en los chiringuitos. Marbella no tiene medida y cien mil prostitutas se dan cita en Puerto Banús y es un mar en calma que agitan máquinas de navegación majestuosas como ferraris en un océano liliputiense, y el crimen organizado toma el sol en las piscinas, en un tictac muy lento de dry martinis.
Marbella hervía de rumores dispares en las primeras horas de la operación Malaya, había un clima de estampida y parecía que fueran a detener a media ciudad o tal vez a someterla a público ahorcamiento en la florida plaza consistorial, adonde acudía el gentío para insultar a esos mismos a los que, apenas meses antes, jaleaban en toda romería y convocatoria electoral.
Los periodistas husmeábamos durante el día y nos emborrachábamos por la noche, como mandan los cánones clásicos de este oficio. Y escuchábamos todo tipo de historias acerca del imperio de corrupción que estaba a punto de desmoronarse. Algunas de esas historias hablaban de jueces. De jueces que, a lo largo de los años, habían mirado hacia otra parte a cambio de generosos agasajos por parte del poder local. Tal vez por ello, en esas primeras horas de la batalla, no era inhabitual encontrarse con numerosos escépticos, convencidos de que a este juez, como al resto, Roca y los suyos sabrían cómo pararle los pies.
Muchos jueces de enorme relevancia habían acudido a Marbella invitados por el astuto Jesús Gil. Marbella fue escenario de convenciones nacionales de jueces y magistrados como la que en 1992 organizó la APM o la que el propio CGPJ llevó a cabo en 1999 (http://www.elplural.com/2012/05/16/marbella-%C2%BFciudad-de-la-justicia/). Los gastos corrían al cuenta del generoso consistorio. Todos los gastos, subrayaba el confidente de turno. Y añadía el locuaz confidente que algunos estaban convencidos de la existencia de comprometedoras grabaciones realizadas con cámara oculta en la intimidad de las lujosas habitaciones de hotel donde los jueces y magistrados concluían sus largas y agotadoras jornadas.
El periodista dudaba (sexo, mentiras y cintas de vídeo -demasiado bueno para ser una noticia real-) y rechazaba tales rumores, inútiles sin hilo alguno del que tirar. Pero. ¿Por qué no? La verdad es que la realidad marbellí superaba en mucho a las ficciones hollywoodienses.
En Marbella hubo una juez, Pilar Ramírez, expulsada de la carrera judicial por tomar decisiones que favorecieron los intereses de Jesús Gil y, de paso, engordaron el bolsillo de la propia familia de la juez, con potentes intereses inmobiliarios en la ciudad. Gracias a la generosidad de sus colegas, que redujeron en todo lo posible su pena, hoy la juez ejerce en la cercana localidad de Torremolinos.
En Marbella, allá por 2001, desaparecieron numerosos sumarios de los juzgados. Hasta 15 pudieron ser sustraídos durante la primera (y frustrada) ofensiva judicial contra Jesús Gil (http://www.elmundo.es/elmundo/2001/10/11/espana/1002792085.html).
En Marbella el robo de esos documentos quedó sin resolver porque el agente judicial al que se investigó al respecto saltó desde una azotea (http://www.abc.es/hemeroteca/historico-04-10-2001/abc/Nacional/se-suicida-el-agente-judicial-de-marbella-detenido-por-el-robo-de-documentos-que-afectaban-a-gil_50711.html).
En Marbella todo era posible.
En Marbella el juez Urquía cobró miles de euros de Juan Antonio Roca, capo máximo de Marbella, y contribuyó a que el entramado corrupto se mantuviese en pie. Los funcionarios relatan cómo, a la llegada del juez Torres (el que puso en marcha la operación Malaya), Urquía pretendió entrometerse con objeto de vigilar al recién aterrizado y el propio Torres tuvo que echarle de su despacho en alguna ocasión. Eso cuentan. El hecho cierto es que Urquía cobró sobornos pero la jerarquía judicial le ha tratado con guante de seda (¿quizá porque papá fue reputado magistrado?), ha pretendido (sin éxito) rehabilitarle y, finalmente, le ha ayudado a eludir la cárcel (http://politica.elpais.com/politica/2012/05/19/actualidad/1337452407_710803.html).
Y, para cerrar el círculo, Marbella ha sido el destino de varios fines de semana caribeños del presidente del Tribunal Constitucional, el piadoso Carlos Dívar. Marbella ejerce, desde luego, una potente atracción en jueces y magistrados. Marbella es la ciudad del pecado de la judicatura. Allí, en la noche aromatizada de flores podridas, cruzan sus pisadas el juez y el delincuente, el buen empresario y el malo, el jeque y el católico de estricta observancia, y los escoltas de unos y otros fuman juntos apoyados en los coches de lujo, y todo parece una novela de Ross McDonald. Demasiado bueno para ser real.
Pero en Marbella todo es posible.
Y de verdad señor Serrano que no podemos leerle más que por internet?, que no es poco, pero... Cada vez me asquea más este vomitivo sistema.
ResponderEliminar(C.Dívar presidente del T.S. y C.G.P.J.)
Pues ya sé dónde no me voy a perder.
ResponderEliminarRecuerdo cuando comentaban algo sobre que los pobres no podían estar en sus calles, por que, no hay nada más feo que ver la pobreza, cuando uno disfruta de un buen nivel de vida, -no entremos a discutir si eso es calidad de Vida. (que lo último que querría yo es discutir contigo).
Bueno, bueno, ....no encuentro yo ese lado. No obstante, en Marbella no nos veremos. Ahora que quizá nos veamos en algún concierto. O no, quién lo sabe. Ya te he dicho que a Marbella City, no voy., no insistas. Lo he intentado.
De todos modos, cómo está el patio. Las pitadas ¿no tendrían que ser por otros motivos? -Enlazando con el artículo anterior-.
¿Sabes que estamos en primavera y que es una primavera calurosa. rara, extraña, no voy a decir caliente? Pues al entrar aquí, se nota el frescor.
¡Salud!