- Detenga el coche.
Ordenó el duque.
- Pero don Iñaki...
Objetó el chófer.
- ¡Que pares el coche, coño!
Se zanjó la discusión y el duque orinó copiosamente en el arcén. Contemplaba la noche estrellada, cuajaban buhos negros los enebros y quejigos, componían a su frente asimétricas geometrías las hojas de los alcornoques y fresnos y chopos, batidas suavemente por el viento de la Sierra de Guadarrama. Le pareció distinguir, en la frondosidad oscura, un bambi.
- Ahí va la hostia.
Venía de ser amonestado por El Viejo.
- Te parecerá bonito.
Eso le había espetado el monarca a su ahora caído en desgracia yerno. El duque se distrajo mirando los dibujos de la alfombra y ya no había atendido mucho más a la reprimenda de su suegro.
- No te jode.
Había imprecado a la salida de Palacio y se había montado en el coche a toda prisa, sin percatarse siquiera de que la vejiga le reclamaba hace buen rato una descarga urgente. Con que allí estaba, en pleno Monte de El Pardo, atisbando cervatillos ¿Cuándo había empezado todo a irse a tomar por culo?
- Andrés, ¿tienes un winston?
El chófer quedó sorprendido ante tal petición. Pero, cauteloso y obediente, sacó el paquete de cigarrillos y ofreció uno a su excelencia.
- Vamos a quedarnos por aquí un ratito.
Encendió el pitillo y se internó en la campiña. Exhaló el humo y se dijo qué rico, por Dios, qué bien sienta un pitillito a veces, y eso que yo he sido deportista de élite y. ¿Y qué? ¿Qué más da lo que he sido o dejado de ser? ¿Qué soy ahora? Según la prensa, un golfo, un canalla, un ladrón. Qué injusticia. Qué país de mierda. Yo lo único que traté fue de amasar un capitalito, como cualquier hijo de vecino.Toda España se forraba. Desde el muerto de hambre que, de la noche a la mañana, se convirtió en magnate de la construcción hasta el policastro de tres al cuarto que se lo llevaba calentito en comisiones. Toda España llenándose los bolsillos y, aquí, yo y mi señora a verlas venir, mendigándole al Viejo cada dos por tres, viviendo de prestado. Hasta que un buen amigo me abrió los ojos:
- Pero ¿tu eres gilipollas o qué? ¿Tu sabes lo que están dispuesto a pagar todos esos políticos de provincias por sentar a un miembro de la familia real a su mesa? Despabila, por Dios.
Y sí, así fue, todos pagaban, los mallorquines los que más, y los valencianos no se quedaban cortos y qué, ¿he matado a alguien? Cagüenmisuerte.
Apuró el cigarrillo y lo apagó cuidadosamente, tengamos la fiesta en paz, a ver si voy a prender fuego al monte y ya lo que faltaba, contempló la circundante naturaleza semioculta en sombras, la luna alumbraba un fulgor de brujas, el duque se sintió niño, quiso echarse a llorar. Salió corriendo.
- ¿Dónde va usted? Por lo que más quiera, don Iñaki.
Se internó en el bosque, se rasgó el pantalón de tergal con la jara, cayó al suelo, espantó a un conejo, se subió a lo alto de un alcornoque y se dijo que de ahí no lo bajaba ni Dios bendito.
Andrés lo perseguía a la carrera pero el duque mantenía casi intactas sus capacidades atléticas de antaño y enseguida lo perdió, mucho antes de que el noble se encaramara al árbol.
- Esta sí que es buena.
Andrés, cauteloso y obediente chófer, se dijo que todo tenía un límite.
- Pues sabes qué te digo, qué anda y que le den dos duros, me voy para casa que tengo pisto para cenar.
El duque escuchó alejarse el ruido del motor del coche, trenzando ondas en el silencio boscoso. Una lechuza le alborotó el pelo. Sonrió.
Gracioso hibrido entre Ussía, Delibes y Arto Paasilinna, no, Daniele Ese final es muy parecido al principio del "Año de la liebre",ja,ja,ja. En cualquier caso me he reído mucho.
ResponderEliminarGracias por deshelar esa sonrisa de Gioconda que nos ha dibujado el día helado a todos los madrileños.
"El duque rampante"podría seguir los pasos del barón y permanecer toda la vida encaramado a los árboles,lejos del pueblo y de la Corona.
ResponderEliminarEn fin,que lo importante no es lo que le pase a este señor(que será bien poco o nada,al tiempo)sino cómo afectará a una institución anacrónica que empieza a verle las orejas al lobo.
ResponderEliminarRecuerdo los tiempos mozos de D. Iñaki, defendiendo la camiseta nacional mientras una niña azulada suspiraba en la grada. Dominaba todas las facetas del juego, pero su especialidad siempre fue dar pelotazos.
ResponderEliminarJefe, otra coronita bien fresquita.
Lo peros de todo es, me temo, que el escandalo del niñato malcriado este es tan sólo la puntita del iceberg...
ResponderEliminarBuen relato. Si señor