domingo, 10 de abril de 2016

HE VISTO LA ÚLTIMA DE ALMODÓVAR

Resulta fuera de toda controversia el talento de Almodóvar para colocar la cámara, dibujar planos de extraordinaria belleza kitch, dirigir actrices de modo que actúen exactamente como lo haría el propio Almodóvar, estilizar paisajes urbanos, melodramatizar mediante certeros pasajes musicales y ejecutar puestas en escena memorables. Otra cosa es que detrás de todas esas habilidades, detrás de la escritura virtuosa de cada una de sus películas, haya algo. Y hace mucho que Almodóvar no tiene absolutamente nada que decir.
Vi Julieta en el mismo cine donde, hace glaciaciones, descubrí en sesiones de madrugada Pepi, Luci, Bom, Laberinto de pasiones o Entre tinieblas. Eran (entonces) los cines Alphaville y yo me recluía en sus catacumbas con mis camaradas Juan y Vallejo y (años 90) salíamos deslumbrados por el brillo de un tiempo que no conocimos (La Movida) y por la capacidad transgresora de un tipo capaz de casi todo.
Las mejores películas de Almodóvar son películas realistas. Casi documentales de un momento y de un país: la Movida, los 80/90, la fiesta continua que (de pronto) para, Átame y la violencia y el sexo, el proletariado y lúmpen en ¿Qué hecho yo para merecer esto?, las drogas y la homosexualidad en La ley del deseo y el tigre de las monjas y tantas brillantísimas imágenes hipnóticas, demostraciones empíricas de que Almodóvar es uno de los grandes, un director al que echamos de menos aunque (incluso) nos decepcione con películas como Julieta.
Julieta es la nada, tres cuentos de Alice Munro hilvanados para dar lugar a una sucesión de escenas hermosas a veces, rutinarias otras, repetidas en la mayor parte de los casos. Adriana Ugarte está soberbia. Emma Suárez es Emma Suárez. Rossy de Palma siempre funciona. El personaje masculino, para variar, es guapo y no se le exige gran cosa.
Pero, claro, ¿y qué cuenta Julieta? ¿De qué habla?
De la pérdida, he oído decir al autor.
Viene muy bien que nos lo explique porque el espectador, una vez llegado al plano final, no lo habrá descubierto. El relato no va más allá de su enunciación: chica conoce a chico muy guapo en un tren, tienen una hija y luego (muy al final) estalla una tragedia que provoca una huida y tal vez exista un reencuentro o no.
Pero nada llega al corazón. Y casi todo lo hemos visto: la fotografía rota y recompuesta, el encontronazo en plena calle y ellas con gafas de sol de divazas a lo Norma Desmond, el viaje en coche, las cocinas de colores, el papel pintado tan bonito de la pared...
Hay algo de misterio y de calidez en todo el pasaje del tren, una cierta magia. Tal vez la mejor parte de la película.
Pero después están esos detalles autorreferenciales que son el peor Almodóvar: Bimba Bosé y Elena Benarroch pasando por allí y, como bien apuntó Boyero, esas frases que apestan a cosmopolitismo impostado ("la vi en el lago de Como", "la conocí en el Festival de Música Sacra de Fez"...).
Dice Almodóvar que hace mucho que no sale a tomarse una copa por la noche y confiesa que tal vez eso le ha apartado de cierta comprensión de la realidad. Pero una cosa es una cosa y otra es que Julieta suceda en un país inventado y absurdo, ajeno a la crisis y al hundimiento de Europa, donde nadie tiene problemas económicos, la gente es desgraciada pero viaja por todo el mundo para consolarse, en Galicia no se habla con acento gallego, en los años 80 se viste con prendas de H&M y las mujeres se hacen mayores mas los hombres se quedan igual porque total para qué. Vemos una preciosa casa de campo que en un diálogo se describe como "sin comodidades". Luego entramos en la casa y ya quisieran esas incomodidades tantos españoles que se abrigan con una manta para no encender la calefacción.
No hagamos, en todo caso, demagogia ya que no es obligatorio darse al cine social (casi mejor no hacerlo si se hace mediante la obviedad) aunque sí sorprende que un tipo tan listo como Almodóvar, que fue capaz de retratar España bajo su particular prisma, se haya olvidado de lo que pasa en la calle.
Sucede a veces.
Uno se encierra con sus amigos, cierra la puerta a toda crítica y a toda zozobra y acaba repitiendo el mismo chiste pero no pasa nada porque los de siempre, cada vez más viejos, ríen la gracia.
Pero a la que te descuidas estás muerto.
Yo soy de los que vieron en Los amantes pasajeros ciertas virtudes. Me resultó enternecedor contemplar a Almodóvar tratando de recuperar su juventud, intentando volver a las comedias salvajes de los 80, con su tendencia a la zafiedad y el desenfreno.
Y en el avión de aquella película se veía España.
En Julieta no se ve absolutamente nada.
Es una pena.
Aunque, eso sí, denunciemos la enorme idiotez escrita por Boyero al señalar que el plano final de Julieta se parece sospechosamente al de Los exiliados románticos de Jonás Trueba. Más alla de que en ambos planos aparece un lago, nada tiene que ver uno con otro.
Y aprovecho para rogar a todo amante del cine que, por favor, busque por cielo, tierra y mar esa miniatura de Trueba El Joven y la disfrute porque es de lo mejor que se ha rodado en este país en mucho tiempo.
Resumiendo, Julieta es una película fallida.
Seguimos (aún desde la severidad) amando a Almodóvar.
Sigue siendo uno de los grandes, a la altura de Douglas Sirk y Fellini.
No estaría de más que buscase una verdadera historia que contar.

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