El caso es que en el Congreso se ha producido una sobreactuación monárquica, con diputados del PSOE, PP y Ciudadanos traídos de todas las latitudes para que aplaudan con furia al Rey y parezca que es España quien aplaude pero no, España no son estos burócratas triperos que se han colado por un día en el hemiciclo para romperse las manos y jalear.
España vive la monarquía entre la indiferencia y un escepticismo republicano que nadie sabe calibrar porque el CIS lleva años sin preguntar al respecto no sea que la liemos parda como la socorrista aquella.
Para colmo (y regocijo de la tertulianía biempensante) al Rey le han colado en el discurso una opinión claramente partidista y ha dicho, en resumen, que los que no apoyaron que Rajoy gobernase son irrespetuosos y faltos de generosidad.
La neutralidad de la Corona ha volado por los aires con una frase tan pretendidamente inocente como la preciosa mirada azul de la princesa Leonor que ha inspirado los mejores versos de Rubén Amón.
Y, sin embargo, admitámoslo, tenía algo de medieval ver a las diputadas y diputados haciendo una reverencia servil a dos niñas.
Luego sucederán cosas raras en las urnas (o en las calles) y las élites que escriben en los periódicos antiguos no entenderán absolutamente nada pues están convencidos de que el retrato de España es el de sus pares en las cenas donde el ex ministro se codea con el consejero delegado y come pan el gacetillero con hambre, que siempre queda simpático.
Creíamos que se habían roto los diques de lo cortesano con la abdicación de Juan Carlos I pero el columnismo fetén ha vuelto a levantarlos con profusión de adjetivos churriguerescos.
Y, claro, como se preguntaba Chicho Ibáñez Serrador en aquella excepcional película: ¿quién puede matar a un niño? ¿Quién puede criticar una institución que ya exhibe como símbolos regeneradores las trenzas rubias de dos querubines tan monos?
Pero, mientras tanto, la vida sigue. Y España no se ha levantado irreductiblemente monárquica por mucho que aplaudan sus señorías y miren con gesto avieso a quien no lo hace.
El derecho a la discrepancia continúa vigente (hasta nueva orden).
Y la sobreactuación monárquica resulta de lo más ridículo, se pongan como se pongan.
Allá ellos.
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