Esto no le va a gustar nada a nuestro común amigo José Luis Fuentecilla. Porque voy a hacer un discurso sentimental. La política nace (también) de las emociones. Y, en el fondo, querida Irene, tú y yo somos unos sentimentales. Así que hablemos de lo que importa.
Venimos de muy lejos. De las asambleas del 0'7, las huelgas estudiantiles, el no a la guerra, la terrible mañana de marzo en la que sobre la sangre se vertieron infames mentiras, ese mayo de flores en la Puerta del Sol, el principio de todo, aquel domingo tan reciente en que nos emborrachamos atardeciendo en Las Vistillas porque con Manuela había llegado la decencia a nuestra ciudad.
Y ahora se abre otro capítulo más. Un capítulo decisivo.
Ahora toca decidir si, de verdad, las cosas pueden ser diferentes
Nada es perfecto.
No lo es Podemos y no lo es (ni muchísimo menos) Pablo Iglesias.
Pero ellas y ellos son los nuestros.
La gente con la que hemos estado caminando hasta ahora, los mismos con los que nos hemos cruzado en la facultad, en las manifestaciones, en los bares de Malasaña y Lavapiés, en las largas horas de soñar un futuro probable.
También existe la posibilidad de apartarnos a un lado, dejar a los burócratas en sus sillones, eludir la pelea.
No es nuestro estilo, Irene.
No somos tan jodidamente viejos.
Aprovechemos la oportunidad y concedámonos un poco de diversión. Tampoco pasa nada. Si nos equivocamos, dentro de cuatro años (o antes) cambiaremos el voto y volveremos a lo de siempre.
Así de simple.
Venimos de muy lejos. El mismo mar de todos los veranos regresará a devolvernos la infancia y luego miraremos hacia atrás y habrá que preguntarse si hicimos lo que debíamos.
Y tú y yo, Irene, volveremos a disentir y a la risa purificadora que lo borrará todo y tal vez no te haya convencido. Pero qué importa. Siempre quedará el próximo encuentro.
Suscribo cada palabra, ell@s somos tod@s, porque nos lo merecemos, por tantas veces soñado y pensado y porque merecemos un futuro mejor y una sociedad más justa. Salud
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