Si yo hubiera nacido en Cataluña seguramente sería independentista dada mi tendencia las emociones fuertes. Pero como nací en el madrileño barrio de Vallecas (no literalmente, entendámonos) preferiría que los catalanes se quedasen porque la España vacía (y la provincia española) vota abundantemente a la derecha y toda la vida siendo gobernados por el PP con ayuda de los cuñados de Ciudadanos resulta un panorama estremecedor.
Tampoco me acaba de gustar que las cosas se solucionen enviando a la Guardia Civil y, en principio, lo de un referéndum pactado me parece bien.
Ah, pero no se ha pactado.
Ya.
Dos no pactan si uno no quiere.
¿Y quién no ha querido?
Ninguna de las dos partes aunque, la verdad, desde Madrid existe una cierta mitología errónea del aplastamiento absolutamente absurda.
Me refiero al flamear de banderas y a convertir Mediterráneo en un himno ultraderechista, que ya es el colmo.
Como todo el mundo, no sé qué va a pasar.
Apostar por el diálogo tiene algo de ingenuidad idiota.
Lo cierto es que no creo que se gane la batalla de Cataluña colgando banderas bicolores en el balcón y, además, la (presunta) enseña nacional en España sólo vale para cuando juega la Selección o gana Rafa Nadal. El resto del tiempo sus colores no concitan el consenso porque unos se sienten de su pueblo y otros (yo mismo) quieren que la franja de abajo se pinte de morado.
No quiero vivir en una España que jalea a sus guardias civiles como si fueran tropas yankies camino a Gettysburgh y mi patriotismo tiene otro cariz. Soy patriota de la sanidad pública, la fraternidad y un cierto ideal igualitario que, de aquella manera, se ha conservado entre la gente de a pie.
No sé qué manifiesto firmaría sobre este asunto de Cataluña. El inmovilismo no es una solución, desde luego. Decirle a los catalanes, que han colocado al PP como último partido en su parlamento, que jamás de los jamases podrán aspirar a un cambio significativo sólo nos aboca a un enfrentamiento sin fin.
Y luego que esto tan grave del 1-O es una reedición del 9-N y el 9-N votaron un montón de personas y aquí paz y después gloria.
No nos pongamos estupendos.
Se ha llegado a tal punto de enconamiento que no hay una salida fácil.
Reprimir a la mitad (y un poco más) de los catalanes no servirá. O puede que sirva para que a Rajoy le ovacionen en Zamora pero con eso no se construye un país.
Y el PP (con Ciudadanos soplando fuerte su propio suflé) quizás tenga la impresión de haber salido victorioso pero España es muchísimo más que la tertulianía fosilizada que, a izquierda y derecha, clama para que no le toquen la Santa Transición.
Desconfiemos del griterío. Hay una España nueva que aguarda y en esa España (o como queramos llamarla) Cataluña tiene su sitio.
Y si quieren marcharse, lloraremos su pérdida y buscaremos el reencuentro.
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