miércoles, 1 de noviembre de 2017

CONFESIONES DE UN ANTIESPAÑOL

Lecciones de patriotismo no me van a dar, a estas alturas, ni los fascistas del barrio de Salamanca (resurgidos de sus cenizas) ni la tribu anciana de la Santa Transición convertida al miedo y la regresión. Escribo estas líneas iracundo y asqueado por la tremenda ofensiva reaccionaria que pretende que quienes nos sentimos españoles desde el verdadero progresismo tengamos que escondernos en los armarios.
No me hacen ninguna gracia los chistes del estilo "Puigdemont se ha hecho caca" porque hace tiempo que la escatología dejó de parecerme un tipo de humor admisible en situaciones trágicas. Y trágico es que Cataluña esté intervenida mediante un virreinato y partida en dos y que, según el día, descorchen champán (o cava) las masas que enarbolan una u otra bandera.
No seré yo quien defienda los delirios independentistas pero me cuesta admitir que la solución sea el aplastamiento y, sobre todo, me deja perplejo que cierto editorialismo rampante opine que con el 155 ha desaparecido del mapa la mitad del electorado de un territorio entero.
Sé que resultará impopular no colocarse del lado de la rojigualda a este lado del Ebro y, sin embargo, sólo el derecho a discrepar hace que merezca la pena una democracia. Lo demás es totalitarismo, sea de uno u otro signo.
Estamos absolutamente ebrios de un españolismo que nos devuelve a lo peor de nuestra historia. Tarde o temprano (espero) despertaremos y los traidores volveremos a ser escuchados porque no es traición lo que proponemos sino la construcción de una España nueva, plurinacional y pacífica.
Disculpen la solemnidad pero no soporto más prosa falangista en las columnas de los periódicos con loas a la cabra de la Legión y burlas para con los vencidos.
Yo soy de Vallecas y creo en un código de conducta que aprendí en las peleas del patio de mi colegio: a los que están en el suelo no se les golpea.
La Fiscalía, mientras tanto, sigue su causa general y hay regocijo en las calles por el encarcelamiento de dos dirigentes civiles del secesionismo y lo que a buen seguro les espera a Puigdemont, sus consellers, la Mesa del Parlament y, afinando un poco, a todos los diputados de Junts pel Sí y la CUP. Venga, que no se diga. Todavía, incluso, podemos ir un poco más allá e ilegalizar partidos, tal y como pide Pablo Casado después de ir a la plaza de Colón a codearse con la gente de Vox y Hogar Social Madrid.
Por cierto, que los neonazis de Hogar Social Madrid fueron los que recibieron violentamente en la estación de Atocha de Madrid a un separatista tan peligroso como Joan Josep Nuet, que votó contra la DUI y forma parte de Catalunya Sí que es Pot.
Esta es la España que se nos ha quedado, una democracia en la que las turbas han tomado el control y no hay manera de hablar razonablemente.
Aguardaremos a que la sensatez vuelva a imponerse, a que las voces se aquieten y a que termine esta letanía siniestra que retrotrae al ¡Vivan las cadenas! con que un pueblo equivocado agasajó a Fernando VII.
Prefiero pensar que estamos ante un trastorno transitorio y que, aquí y allí, a lo largo y ancho de esta península que compartimos como hogar, hay muchísima gente dispuesta a volver a construir un paisaje mejor, un mundo más justo y una patria donde las banderas no se usen para pegar con el mástil en la cabeza al contrario.

1 comentario:

  1. Comparto el sentimiento.

    Por favor, no te olvides de las islas, que aunque no estamos en la península larga y ancha, también estamos en el "hogar", y sufriendo un rato largo.

    ResponderEliminar