martes, 23 de enero de 2018

LA HUMILLACIÓN DEL PRÓJIMO COMO MODELO DE CONVIVENCIA

Tendré que repetir (por si acaso) que no simpatizo con las aspiraciones separatistas de Puigdemont pero me ha irritado sobremanera el vídeo en el que un gracioso transnacional le hace besar una bandera española.
Soy patriota a condición de que no me obliguen a serlo y si me hice objetor, fue para que un sargento chusquero no me ordenase limpiar letrinas en nombre de España y sin pedirlo por favor.
No me hacen gracia las bromas de youtuber facha ni tampoco lo de Tabarnia igual que me pareció despreciable que una diputada catalana de Podemos retirase de los escaños del Parlament banderas españolas tratándolas como trapos.
Tan respetuoso soy con los símbolos ajenos que, estando en contra de que los yihadistas les maten, jamás he podido reir la permanente mofa de los emblemas del islamismo, catolicismo o judaísmo que la gente del Charlie Hebdo hacía (y hace) en sus páginas.
No supone eso que quiera yo prohibir con penas de cárcel la blasfemia, el insulto o la mala educación.
Sólo pido que no se jaleen los comportamientos obscenamente humillantes con el prójimo.
Hace unos días, ante la redacción que dirijo, admití haberme equivocado por publicar un vídeo en el que un espontáneo palmeaba el rostro de Harvey Weinstein. Se contemplaba  al productor y notable acosador sexual con cierto gesto de terror ante la bronca de un tipo y, en su huída del local donde se hallaba, el susodicho espontáneo tenía ocasión de darle un par de tenues golpes la cara. Puede que Weinstein sea abofeteable pero, como les dije a mis colegas de redacción, "ver un vídeo así te hace peor persona".
Exhibir el miedo o la humillación del prójimo no nos hace mejores como sociedad.
Me da igual que sea Puigdemont o Hitler (perdónenme incurrir en la ley de Godwin), no estamos para hacer de propagandistas de uno u otro odio sino para informar, reflexionar o entretener del modo más saludable posible.
Seguramente mañana ese peluquero español afincado en Dinamarca que ha querido ridiculizar a Puigdemont sea reina por un día en la programación televisiva de este país.
Así están las cosas.
Imaginen si les provocaría la misma hilaridad ver a un mostrenco haciendo besar una estelada a Mariano Rajoy.
A mí no, desde luego.
Dicho esto, sigamos con nuestros afanes y aguardemos mejores tiempos y las banderas, por favor, dejémoslas para celebrar las victorias de Rafa Nadal cuando Rafa Nadal se recupere de su lesión.

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