El fantasma de las Navidades
futuras trae malas noticias para la izquierda.
El ciclo reaccionario que dio
comienzo en Andalucía será un oleaje que arrase en próximas elecciones
autonómicas y municipales. Y después en las generales.
El electorado de izquierdas
se halla exhausto y desanimado. De nada ha valido la moción de censura. De nada
valió que surgiera una fuerza rupturista y de cambio que tomó al asalto
instituciones al grito de Sí se puede.
De nada ha servido nada.
Por mucho que Gramsi
recomendase el optimismo de la voluntad frente al pesimismo de la razón ha cundido
la sensación de que resulta imposible hacer frente a un destino sombrío.
Contra Podemos ha valido la
política de tierra quemada de la propia izquierda y del progresismo senil que
ha disparado hacia la formación morada una y otra vez agudizando sus
contradicciones internas.
Contra el PSOE ha valido el
PSOE mismo, en un incansable camino de moderación hacia ninguna parte y la
batalla permanente de una socialdemocracia regional cuya pedagogía política
consiste en gritar ¡viva España! ante cualquier duda.
Contra ambas opciones
políticas ha valido la amenaza catalana y la torpeza de un independentismo que
algo debiera leer en Lenin y otros pensadores sobre el asunto de la correlación
de fuerzas.
Al electorado de PP,
Ciudadanos y a una parte de los votantes del PSOE no les inquieta tanto VOX
como Quim Torra así que tendremos España para rato pero España de derechas.
Y no creo que vaya a servir
de nada apuntar con el dedo a Casado y Rivera por pactar con una ultraderecha a
la que ni siquiera se puede llamar fascista por si se molestan sus electores.
Con que esto es lo que hay.
Pedro Sánchez gobierna pero
lo hace con 84 diputados y sin haber intentado siquiera un ejecutivo de coalición
y la ley de gravedad existe así que todo lo que lanzamos hacia lo alto tiende a
caer.
Pero ¿y si logramos que en
las campañas electorales que vienen se hable de desigualdad, de los desahucios
que persisten, del problema de la vivienda, del machismo rampante y de otros
asuntos que no tengan a Cataluña en el centro?
Dará igual.
El cabreo contra los
banqueros se ha esfumado porque Miguel Blesa ya se suicidó y Rato está en la
cárcel y ahora toca dirigir la furia hacia otros objetivos: los catalanes, los
inmigrantes, las feministas, los impuestos excesivos, las restricciones de
tráfico, el que los belenes de Navidad que montan los ayuntamientos del cambio
resulten ofensivamente ridículos…
Nos lo hemos buscado,
queridos camaradas.
La izquierda sigue jugando a
sus cosas, creyendo en esa España bonita que Zapatero pintó de colorines, donde
la homosexualidad era respetada, a nadie le gustaba ir a los toros y sentábamos
a un inmigrante a nuestra mesa.
Pero resulta que no.
Que otra España estaba ahí.
Ha vuelto.
Van a gobernarnos PP,
Ciudadanos y VOX.
Acostúmbrense.
O no se acostumbren.
Nada está escrito.
Frente a la resignación
existe la posibilidad de preparar una contraofensiva que impugne el discurso
reaccionario.
Sin embargo, eso necesitaría
de una inteligencia política que fuera más allá de los cálculos electorales o
más allá de las claves de lucha política por el poder dentro del partido de
turno.
Y precisaría también que en
unas próximas elecciones generales no tuvieran la llave de la gobernabilidad
los grupos independentistas catalanes.
Dicho de otro modo.
Que PSOE y Podemos pudieran
(y quisieran) sumar.
¿Sucederá?
Tal vez.
Pero, de momento, lo que veo
para un futuro próximo es el regreso de la España que huele a Varón Dandy.
Y ojalá me equivoque y puedan
en los próximos meses restregarme por la cara lo mal analista y augur que soy.
Sea como fuere, pásenlo bien,
feliz 2019 y que Dios (o el diablo) reparta suerte.
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